<< ¿Qué música escuchás? >>
Le preguntó una chica con intenciones lujuriosas durante su estadía en la
ciudad.
Su música siempre había sido la del
viento, la de la tierra, las olas y todos los que, sin intención de lograrlo,
creaban melodías armoniosas al ritmo de la libertad del páramo. Simplemente
respondió <<Un poco de rock>>.
Esa mañana su despertador fue el sol
y con el sol, casi de la mano, llegaron las aves a cantarle canciones para despabilarlo.
Su instinto lo llevó al río, apoyó su oreja sobre la tierra húmeda y dejó que
el ronroneo de las aguas tranquilas lo integraran al entorno.
<< ¿Estás por tomar la
comunión y no lo hacés por la plata de las estampitas? Estás re pirado >>
Le dijo un niño que él creyó su amigo durante mucho tiempo.
Pero claro, ¡Qué sabio ese niño! Si
el placer de creer, confiar, alabar a una fuerza mayor no se haya arrodillado
frente a una cruz, no se logra repitiendo oraciones culposas. Es la tierra, y
el cielo, y el mar los que nos aplacan con su inmensidad y nos hacen sentir
bien siendo diminutos cuando miramos el firmamento nocturno entre las montañas.
Ese niño lo hizo llorar.
Cuando por fin sintió que el sonido
del río era la energía que le acompasaba los latidos del corazón decidió
arrodillarse. Enterró sus dedos en el barro y percibió el dolor de las piedras raspándole
los dedos como un placer de conexión con la tierra; su más grande gurú, su guía
espiritual y su único dios. El vientre materno de su raza, de todas las razas.
<< Lichtenstein nació en los
estados unidos el 27 de octubre de 1923. Su obra se caracteriza por…>> y
así sus profesores le enseñaron sobre arte.
¡Qué locura! ¡Qué ironía! Pensar que
el arte tiene fechas, nombres y lugares. ¿Por qué este cuadro es más que este
otro? Porque lo firma Lichtenstein, claro. El verdadero arte se escondía de los
ojos humanos en el concepto de representar, perdiéndose así, la expresión de lo
contemplado con los ojos y el alma, o con los ojos del alma. Por eso le aburría
tanto la anticuada escuela.
Terminó de ponerse de pie y miró
hacia arriba, el cielo no era cielo, su techo eran las copas de los árboles que
lo llenaban de una luz verdosa muy confortante. Dio algunos pasos, quizá dos,
quizá cien, sin bajar la vista. De repente llegó a un claro donde la luz del
sol lo bañó de color; las flores, la madera y el cielo eran el arte que él
quería apreciar.
<<Disculpame, ¿tenés hora?>>
Le dijo un tipo desconocido que caminaba por una calle desconocida.
No se puede medir el tiempo cuando
el reloj de pulsera no existe y cuando nuestro despertador son las aves. ¿Para
qué medir el tiempo? ¿No era más divertido vivirlo? Si al fin y al cabo el
tiempo era el titán que nos devoraba hasta hacernos desaparecer; Era el factor…
ES el factor que nos desgasta, arruga y deshace en la tierra. << Tres
menos cinco >> masculló.
Quizá fueron segundos, tal vez días,
pero lo cierto es que admirar el paisaje lo entretuvo durante un tiempo, cada
tanto avanzaba unos cuantos pasos más pero terminaba haciendo paradas para
contemplar su alrededor casi todo el tiempo. Él no sabe cuánto tiempo caminó ni
cuánta distancia recorrió, simplemente lo vivió.
<<¿Dónde vivís?>> indagó otro desconocido cuando él ya estaba
perdido.
Vivir. Lo mejor era vivir, no importaba
dónde, no importaba qué tan alta era la torre de Babel si, de todas maneras, en
algún momento se iba a derrumbar. No respondió.
De repente vio una imagen que lo
aterró, lo hizo temblar; con el follaje enmarcándole el paisaje contempló a lo
lejos unos edificios altos perderse entre las nubes, perderse entre el celeste
del cielo. Cerca de sus bases había muchos árboles bajitos, pero eran árboles
podados, moldeados, cuartados. Y en las bases de estos había criaturas
sentadas, paradas, caminando, corriendo, saltando. Las criaturas tenían formas
muy variadas pero, en general, coincidían en la cantidad de ramas… brazos, raíces…
piernas y copas… cabezas. Él apartó la vista y miró hacia abajo, se encontró con
dos pies descalzos, con rodillas sucias y con manos ennegrecidas, ahí fue cuando
recordó un poco; él también era una de esas criaturas, pero él era distinto, él
no vestía ropas si no tenía frío, él no medía su tiempo ni se interesaba por
saber dónde vivir. Él no rezaba en bancos incómodos de madera, ni escuchaba la
música de las radios, él vivía distinto y por eso era distinto. Él vivía más, o
vivía menos, no sé, pero vivía y no medía el tiempo, este lo corroía sin
avisarle, era inmortal con la simple inacción de no esperar a la muerte. Así
vivía, viviendo vivía.
Vale aclarar, si es que alguien llegó a leer hasta acá, que mis dedos se siguieron moviendo para escribir gracias a un par de temitas de Eddie Vedder.
Por otro lado, el disparador de todo esto fue una muy linda foto de un gran colega y compañero.
Con su permiso, acá se las dejo:
PH: Francisco Nishimoto |
...Y yo ligué una versión impresa
y firmada de la foto :)
Julian Spandrio